Esta es otra historia.
Es el relato de cómo llevamos a cabo el proyecto de dotación de servicios higiénicos al poblado de El Gallinero.
En conversaciones durante el otoño de 2016 con Madrid Salud y con las organizaciones que trabajan en campo, se acogió la idea ya reflejada en la redacción del proyecto, de que era necesaria la participación de la población para que el proyecto fuera asumido. Sin embargo, la estricta seguridad que conllevan los trabajos de construcción no hacían viable esta participación en las primeras etapas de la obra. Por tanto se decidió dividir la ejecución en dos momentos. Un primero en el que se realizara la obra gruesa: excavaciones, fosas sépticas, red de agua enterrada, estructura y cubierta de las cabinas; y un segundo a través de talleres de carpintería y fontanería que permitieran la participación, buscando tanto la identificación con el proyecto, como la formación e integración de la población.
Es de la ejecución de la red de agua y construcción de estructuras del que vamos a hablar ahora, y en la que trabajamos en colaboración con la empresa Eurodesarrollos Europeos. Y esto comienza a primeros de diciembre de 2016 con la premisa de acabarla ese mismo mes. Los retos no eran pocos. A esa premura de tiempo había que añadir las bajas temperaturas del invierno y las lluvias, las vacaciones navideñas, que hacían peligrar los suministros, así como la estancia de los niños y niñas del poblado (hay que tener en cuenta que familias de más de diez miembros es algo común allí).
Sin embargo, de manera decidida y ante la mirada expectante de los habitantes comenzamos a llenar las calles y plazas de grandes bidones, excavadoras, tuberías y camiones. Otros retos comenzaron a aparecer según íbamos abriendo zanjas, ya que lo que en principio parecía como un subsuelo de tierra y echadizo, apareció en forma de miles de tubos de goma enterrados, de bolos de piedra, etc. Pero ¿qué proyecto no presenta dificultades cuando se lleva a cabo?
Así que nuestra presencia, desde antes del amanecer hasta que ya había caído la noche, por más que invasiva acabó haciéndose común. La convivencia fue haciéndose cotidiana y la población nos ofrecía su comida (recuerdo el café a media mañana y el fragante pan hecho en casa) y su ayuda.
Nuestra relación con la población infantil no siempre fue fácil. Hay parte que, al no haber sitio suficiente en la ruta del bus escolar, tienen que quedarse en casa por obligación. Otra que tienen que ocuparse prematuramente de tareas propias de adultos, como cuidar de sus hermanos menores mientras sus padres se buscan la vida. Así que allí estábamos nosotros haciendo cosas tan divertidas como abrir agujeros, enterrar tubos, traer enormes montañas de arena, éramos una gran atracción de la muchachada. Las calles son su terreno de juego y nosotros habíamos ido a invadirlo. Esto hizo que la convivencia con ellos fuera especialmente difícil, pues en todo momento debíamos de velar por su seguridad. Finalmente, y con la ayuda inestimable de los voluntarios de la parroquia de San Carlos Borromeo, aprendimos que lo que buscaban realmente era la atención que no estaban recibiendo, jugar con nosotros -algo imposible en ese momento por desgracia-, pero este aprendizaje nos facilitó una mayor armonía.
Tras cuatro semanas de trabajo que concluyó dejando quince estructuras desnudas distribuidas por el barrio, y una red de agua enterrada por todas las calles, nos fuimos también de vacaciones a recibir el año 2017.
Las instalaciones se terminarían con la participación de los vecinos en los siguientes meses, pero también es ya otra historia.
